viernes, 8 de julio de 2011

LOST: LA URDIMBRE SIN TRAMA. Parte 1


Por Juan Diego Parra V.
Abstract
Aún es muy pronto para determinar el verdadero impacto de la serie Lost. Sus seguidores fueron fieles a una promesa de resolución de enigmas, sin embargo, una vez esta promesa se incumple a pesar de que la serie llega a su fin, ¿será posible que este producto televisivo llegue a ser algo más que una ingeniosa propuesta de entretenimiento? En este artículo revisaremos ciertas características del fenómeno Lost dentro de la cultura de masas.

1. Lost como fenómeno mediático

A un poco más de dos meses (fecha de escritura del presente ensayo) del final de Lost, el desaforado interés mediático que acompañó la serie parece haber perdido todo su impulso. Los innumerables foros que discutieron durante seis temporadas el desarrollo de la compleja historia sólo dan estertores insípidos de espectadores atrasados en el visionado de la serie que sólo atinan a opinar de acuerdo a la relatividad del gusto subjetivo. Algunos expresan su disgusto por un final complaciente y otros más terminan por resignarse a la imposibilidad resolutiva de las tramas abiertas conforme se consumían los capítulos. Las expectativas generadas por el final de la serie, como era previsible, superaron con creces el resultado final ofrecido por los escritores y todo derivó en cierta resignación motivada por las características propias del producto de consumo: muchos se conformaron con decir que, de todas maneras había que estar agradecidos con todo lo dado por la serie, pues, al final de cuentas no era más que eso: una serie de televisión y no un tratado filosófico.

Pero, ¿a qué nos referimos cuando usamos el término serie televisiva? Un poco robando la brillantez analítica de José Luís Pardo, tendríamos que determinar dos conceptos básicos dentro del desarrollo de la experiencia estética determinada por un fenómeno de conformación textual en la gran trama de la cultura y otro de moldeamiento y modulación discursiva en la gran urdimbre técnica. Decir, al fin, que como los productos de un tipo de trama masificante (cultura de masas), capaz de transfigurarse en sociología del rating, Lost privilegia un desarrollo seductor y atrayente, aún en detrimento de su propia consistencia argumental. Que la mayoría de líneas argumentales abiertas dentro de la gran trama no hayan sido debidamente enlazadas en el tejido (texto) general, demuestra que tales líneas fueron urdimbres o tretas con fines más de audiencia que de argumento, llevadas a cabo con sobriedad y eficiencia casi hasta el final, hasta generar la inusitada expectativa creciente durante cada temporada, de una suerte de espectador-consumidor individuado que buscaba hacerse visible elucubrando en cuanto foro virtual aparecía en la web. Así que, sin traicionar el carácter sociológico del rating, en el que lo cuantitativo se superpone a lo cualitativo, la serie fue capaz de despertar un interés reflexivo, aunque al final no pudo darle la suficiente consistencia.

Lost ha sido calificada como una serie de culto. Esto es un poco cuestionable. El sentido de lo cultual tiene que ver con aquello que congrega en torno a una gran trama (o argumento) que se va urdiendo conforme pasa el tiempo, logrando unificar experiencias colectivas de acuerdo a una emocionalidad común, y Lost de cierta manera parece cumplir con este cometido, pero debemos clarificar, conforme lo dicho hasta aquí, que el sentido serial (Lost es una serie) exigido por un soporte como la Televisión, obliga a renunciar a una verdadera trama según necesidades de consumo masivo, por lo cual siempre se trata de (literalmente) maquinaciones, conjuras e intrigas, tanto dentro de la historia como por fuera de ella. Por esto mismo, el carácter masificante de Lost se obtuvo por la capacidad intrigante de sus espectadores que, como detectives lograron reescribir casi totalmente la serie de acuerdo con sus hipótesis individuales. Parecía como si hubiera una Lost para cada espectador que se sentía de una u otra manera sujeto a demostrar su capacidad de comprensión ante colegas de gusto. Al final nos dimos cuenta de que Lost era más urdimbre que trama, de que buscaba más inquietar y seducir (o seducir a través de la inquietud) que realmente exigir un esfuerzo intelectual.

Lost motivó el gozo estético del gusto para un individuo que necesita hacer parte de un clan, grupo social o tribu (a través de foros de discusión y análisis –término este excesivamente condescendiente-). Un individuo fragmentado que se sabe excluido de toda forma de colectividad, es decir, de trama, y debe inventarse una a través de artefactos electrónicos, según lazos electrónicos con amigos virtuales. La demostración fehaciente de nuestro mundo, urdido por la falta de argumentos. Lost es eso, precisamente: ardides narrativos que ocultan una gran falta de argumentos (o  tramas). De aquí que su formato sea precisamente La Serie, lo serial, es decir, aquello que se actualiza periódicamente, o si se quiere, que muta y se transforma de acuerdo a variables inevitables en su transcurso temporal: contraste perfecto de vidas que cada día se consumen en la tortuosa e inane cotidianidad que nunca se renueva, que nunca se actualiza, vida diaria detenida en las repetitivas labores de la rutina. El impacto de lo serial en la televisión radica precisamente en atacar la sensación de permanencia inmutable de la rutina diaria con capítulos que se dirigen progresivamente a una conclusión satisfactoria. Para una serie de Tv, las variables implicadas en su tendencia a la actualización son la aceptación por parte de la audiencia, de aquí que en general las series no “terminan” sino que se agotan, agonizan, inanes, por falta de audiencia, falta de atención, se mueren por invisibilidad. Y es que, precisamente, la audiencia exige ser sorprendida, entretenida, como masa consumidora exige satisfacción, placer, gozo. La Tv, en general, es un campo de hedonismo arbitrario e irracional, legitimado por la capacidad individual de consumir desde la casa, con la apariencia de una libertad absoluta que se sostiene en las manos, con un nombre casi prosaico: el “control remoto”, “el mando a distancia”. Un individuo que se siente libre de (por, para, con) cambiar de canal, es soberano del imperio de la pantalla. Lost, en tanto serie de televisión, no sólo no es ajena a esta relación, sino que, quizás como ninguna otra serie ha sabido promoverla magistralmente. Su impacto mediático tuvo que ver no tanto con su capacidad transgresora de los códigos televisivos sino con la exacerbación de ellos.

2. Lost como renovación aparente de la estructura visual

Estructuralmente Lost estimula el deseo desde la carencia. Su relación con la incertidumbre no se dirige tanto a la actividad intelectual donde el pensamiento se fuerza a pensar, sino a una más pasiva forma de espera por resoluciones. Lost funciona según la promesa explicativa y no según un forzamiento implicativo como lo hizo en su momento la genial Twin Peaks. Si bien el espectador de Lost se degustaba elucubrando, su actitud nunca era sacrificial (es decir, investigativa, de pesquisa y reflexión seria), sino totalmente hedonista, de ensimismamiento y adoración de sí mismo. La degustación del producto nunca se veía amenazada por el disgusto del esfuerzo y la dificultad intelectual. Lo que importaba era demostrar las teorías, adivinar y después, si se contaba con algo de suerte, atinar, como en un juego de azar. Pero si se fallaba no había problema y ningún compromiso intelectual. El pensamiento nunca estuvo en riesgo de perderse, de errar. Lost nunca fue un laberinto, sino una gran línea recta que, por ilusiones ópticas, parecía ofrecer múltiples alternativas, mundos posibles.

El hecho de que su final ya se revelara con la prematura declaración de Stephen King en 2005, quien adhirió a la teoría divulgada en Internet acerca de la Isla como purgatorio, quizás perturbó tanto a sus creadores que hubieron de privilegiar, como decíamos arriba, la urdimbre a la trama. Lost se llenó de matices provocativos e inquietantes, toda serie de alternativas teóricas que iban desde la mitología hasta la física cuántica o la teoría de supercuerdas, estímulos permanentes para las elucubraciones. Nunca negaremos que tales subterfugios teóricos funcionaron perfectamente y que la serie alcanzó dimensiones de complejidad quizás al nivel de Twin Peaks, pero tampoco seríamos totalmente honestos si evadimos el hecho de que el sentido final de la historia es muy inferior a las expectativas creadas. Muchos seguidores fervientes de la serie, optaron por resignarse y otros, apabullados por el juicio de otros seguidores, terminaron por callar su inconformidad. Al fin todos se dieron cuenta de que había que cerrar el libro, pasar la página, ver otra cosa. A pesar de todo, también pudo ser un alivio saber que en el fondo todo no fuera más que truco, que nada pudiera ser totalmente sorprendente, y que al final sólo hacemos esfuerzos por ocultar lo más obvio: que la vida sigue tal cual es, cotidiana, rutinaria, insípida, aunque, a veces, tenga paréntesis de ensueño. Y Lost casi fue, intra y extra diegéticamente, un gran sueño, si consideramos el sentido profundo de Calderón, una pequeña muerte antes de morirse del todo, porque entre sueño, muerte y fantasía no hay muchas diferencias. Y esto es lo que, precisamente, termina por concluir la historia de los personajes: el tránsito fugaz entre un sueño y otro, al que se le llama vida o existencia. Tan solo el sueño soñado por un soñador soñado, si adherimos esta conclusión a una idea borgesiana. Precisamente el deseo de llegar al fin a algún lugar, tener aunque sea una conclusión, después del agotador aplazamiento de la rutina. Lost es un producto, pues, que apunta directamente al estímulo directo del placer individuado dispuesto a consumir hasta que su aburrimiento se haga presente, es decir, hasta que el individuo presienta que el sueño ya no es atractivo o interesante. Lost prometió siempre llegar a algún lugar y aplazó la consumación del deseo, explotó al máximo el sentido estructural de La Serie: interactividad y modulación permanente en una línea convenientemente recortada. Esto nunca pudo hacerlo el cine y por eso, a través de Lost (quizás más incluso que sus predecesora X Files y su contemporánea 24), la televisión se reveló como una verdadera estructura visual, más allá,  incluso de ser una “forma narrativa”. Lost sedujo no por lo que parece “contar” sino por la manera en que lo cuenta.

El tema aquí es de estructura y no de narrativa. Por esto prácticamente cada tema que pudiera ser interesante para el individuo-consumidor podía incluirse, pues la estructura lo permitía; por eso prácticamente cualquier cosa podía contarse: Lost es una serie sobre mitología, sobre ciencia ficción, sobre reflexiones psicoanalíticas o filosóficas, es una serie de misterio, de suspenso, de aventuras, una serie cómica, absurda, dramática... Lost no es una sola cosa, no es una serie sobre “algo” en particular, sino una estructura visual que acoge cualquier tipología narrativa, cualquier género o especie de narración. Lost, como dice Saussure del lenguaje, es forma y no sustancia. De aquí que en su interior, al final, talvez sólo haya un gran vacío, quizás su valor resida en ser una red urdida, perfectamente fabricada para atrapar, aunque luego no se tenga claro qué hacer con las presas. A diferencia del cine donde es indispensable saber dónde y cuándo abandonar una obra, la televisión siempre está sujeta a que la abandonen sus espectadores, por eso casi nunca sabe hacia dónde ir. Pocas series de televisión supieron concluir antes de empezar. Entre ellas debemos contar como la mejor a Twin Peaks, por supuesto extraviada en unos cuantos capítulos, debido a la orfandad circunstancial cuando Lynch hubo de dedicarse a otro proyecto, y a ciertas presiones indecorosas y arbitrarias de la productora (ABC, la misma de Lost), esta serie supo dejarse ir sin renunciar a sí misma. Su capítulo más arriesgado fue el último, donde la última imagen podría ser quizás la más perturbadora de la historia de la televisión. Diferente radicalmente a Lost, donde su último capítulo fue el menos intelectual en función de un desbordado kitsch melodramático que obligaba casi de manera vulgar al llanto. Fue una despedida melosa y efectista, ahora sí, al mejor estilo formulista del Hollywood más manipulador.

Así, esta gran urdimbre que, al fin de cuentas, carece de trama o argumento, termina por morir, precisamente por falta de argumentos. Sólo queda un gran esqueleto ciertamente artificioso de referencias filosóficas, científicas y literarias: nombres de personajes que remiten a filósofos, discusiones en torno al destino, el azar, la ciencia y la fe; giros narrativos efectivos –y efectistas- que con eficiencia supieron torcer técnicamente las líneas del tiempo en flashes como analepsis y prolepsis,  hasta tocar la ciencia ficción de los viajes físicos al pasado y al futuro con sus respectivas paradojas e indeterminaciones. Nada desdeñable fue la directa reflexión en torno al freudiano conflicto con el Padre de todos los personajes, hasta el punto que uno de ellos (Locke) accede al parricidio por persona interpuesta (Sawyer). Todo esto atado a la promesa de ensamble final, cosa que no ocurrió, pero que da mucho qué pensar con respecto a un soporte que aparentemente no “soportaba” semejantes riesgos temáticos. Lost parecía contener todos los géneros cinematográficos sin renunciar en algunos aspectos a la ya tan desgastada fórmula del culebrón melodramático: misterio, suspenso, drama, ciencia ficción, noir, teen, se reunían y aglomeraban conforme se consumían las temporadas sobre una plataforma inquietante de “reality show” de supervivencia, tipo Survivors. Aunque, por supuesto, debemos clarificar que los riesgos propiamente visuales de la serie no son tan explícitos como los que se toman en The Sopranos, por ejemplo, y que la estructura de narración, a pesar de lo que parezca no es tan caótica como la de 24. Lost se aleja sustancialmente del cine y quizás busque destruirlo generando una necesidad de invadirlo con alguna suerte de secuela de la serie que, por lo menos hasta ahora, sus creadores se han resistido a prometer. Esto, sin embargo, no ha de creerse al pie de la letra, pues ya antes, luego de la sentencia de Stephen King sobre el final de la serie, los guionistas se apresuraron a negar toda posibilidad de tal teoría. Hoy sabemos que quizás un poco forzados por la situación, tuvieron que hacer algunos ajustes que desviaran la atención argumental, pero si hemos de ser honestos, hubiera sido mucho más consistente pensar en la Isla misma como purgatorio que en un semi-purgatorio post-isla, que hace de cada habitante un autor de ficciones biográficas que permiten la purga de errores del pasado. De todas maneras, el arsenal de líneas abiertas implica una reflexión que quizás haga de este ejercicio un intento muy modesto. Temas de dimensión conceptual como La Isla (es decir, lo que ella determina: Soledad, Abandono, Destierro), El Destino, El Azar, La Verdad, El Desierto, La Naturaleza, La Identidad, nos obligan a dedicar el resto de este texto a divagaciones muy sucintas. (FIN DE PARTE 1)

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