Por Juan Diego Parra Valencia
Y la tierra entreabierta por todas partes muestra áridos secretos.
Secretos como superficies.
La tierra y sus nervios, y sus prehistóricas soledades,
la tierra de geologías primitivas,
donde se descubren secciones del mundo
en una sombra negra como el carbón.
La tierra es madre bajo el hielo del fuego.
Antonin Artaud
Creemos haber fabricado nuestros más profundos miedos, creemos haber hecho del mundo un espacio del Terror. Creemos que la Técnica , nuestra tecnología, ha terminado por transformar nuestro hábitat, nuestra querida Tierra madre, en un espacio hostil, inhóspito, siniestro. Pero la Tierra siempre ha sido monstruosa y nuestras técnicas sólo se han dedicado a abrir los portales a través de los cuales sus vómitos y supuraciones aparecen: zombies, mutantes, aliens, bestias humanas, virus, parásitos, demonios, son todos hijos de la Tierra. La Tierra ha sido siempre lo desconocido, aquello que debiendo estar oculto se revela. Siniestra y aterradora, ahora La Tierra ruge con más violencia que nunca, a través de sus grietas y bocas pestilentes parece querer revelar su profundo secreto de geologías primigenias. Mas este rugido hemos sabido disimularlo por un tiempo con ardides y artificios de todo tipo. Uno de ellos, el más genial, ha sido hacer de la Tierra una indeterminación conceptual: la hemos convertido en Naturaleza. La Tierra como Naturaleza es apacible, uniforme, estable, inmutable y bella, quizás a veces se revele feroz y agresiva, incontrolable, pero nuestra razón podrá comprender que en tal acto destructor está el gozo estético de lo sublime. Pero la Naturaleza como faz visible a la contemplación tiene un límite: lo siniestro. Pues tras este límite La Tierra se escucha rugir. Es la profundidad, el abismo, los mundos inasignables de la indeterminación y la mezcla, los mundos demoníacos de lo contra-natura.
La pantalla natural sobre la que nos posamos es superficie que cubre una profundidad incomprensible. Ese espacio hosco, duro, de la superficie se cierra rígidamente para que lo profundo siga en su sitio. Porque la Tierra es también cerrazón, dureza, hostilidad y nuestras técnicas siempre han buscado abrirla, franquearla. A veces de manera ruin, otras de manera co-laborativa, pero siempre el resultado ha sido la apertura de pórticos, grietas o fisuras por los que el engendro terráqueo aparece. La Técnica impide que hablemos de Naturaleza o Artificio: ambos sólo son extremos del acto espaciador que es la Técnica. Es cierto que la racionalidad ilustrada logró hacer de lo natural el espacio objetivo, despensa que dejó de oponerse para estar a disposición, alejando todo el aspecto aterrador de la profundidad hacia el territorio metafísico, fuera en términos psicologistas o supersticiosos. La Naturaleza convertida en materia productiva no inspira ningún miedo y hoy, para nosotros, herederos de la racionalidad moderna, nada natural tiene connotaciones terroríficas, todo lo contrario, hay en lo natural un tufo nostálgico de paraíso perdido, la Naturaleza es espacio de encuentro con nuestro origen idílico y puro. Pero en la Naturaleza hay todo menos pureza y limpidez, lo natural es pestilente, fétido, excremencial, viscoso, es el mundo de las mezclas eternas. Pues a esa dimensión putrefacta de la Naturaleza se le ha llamado Tierra, el espacio del temblor, del movimiento, de lo telúrico, el escenario del Terror.
"Caminante sobre un mar de niebla", Gaspar David Friedrich |
Fitzcarraldo. Werner Herzog |
En el romanticismo hubo una intuición potente y mítica. Nada mejor que Caspar David Friedrich para mostrárnoslo. Quizás sólo Herzog en su Fitzcarraldo (1982) ha llegado a tal trascendencia: en la selva, Naturaleza primordial, estado de caos e indiscernibilidad, la música recorre con su infinita voluntad el mundo inhóspito y lo sublima. A través de la música de Verdi y Caruso el espíritu domina el caos originario. Pero la música, que es el lenguaje de la Voluntad ciega, es también el portal técnico que invoca los monstruos de la profundidad. Las riberas del río se pueblan de seres primitivos, nativos de la Naturaleza primordial y potenciales invasores del barco musical de Brian Fitzgerald. No hay tanta diferencia entre este llamado y el del flautista de Hamelin. La música, la más alta sublimación, el arte que no “representa”, habla el lenguaje de las pulsiones elementales, del mundo originario. A su través se consigue lo sublime en la selva inhóspita y siniestra, la naturaleza no es sublime, es sólo el medio para acceder a lo sublime, por esto Fitzcarraldo debe atravesarla, imponérsele y al fin, implantar el teatro de ópera en plena selva. Pero esta genial intuición schopenhaeriana, de la música como expresión sublime por excelencia que subordina la ferocidad natural, hoy no parece tener cabida. En el actual régimen visual del video, la Naturaleza puede controlarse en la pantalla, y la experiencia de lo sublime es ahora una anestesia óptica. El caso del documental Life Alter People (2000) de History Channel es revelador e impactante. En él vemos, por reconstrucción computarizada (y bendición tecnológica), qué será de la Tierra si el hombre por fin desaparece de su faz. El espectáculo es abrumador, catártico, sublime. Nada más kantiano que esta visión de la fuerza devastadora latente de la Naturaleza , admirada desde la tranquilidad del cuarto y la pantalla. Es el gozoso sentimiento de la infinitud contemplada desde la “desinteresada” lejanía. El gran océano, el huracán, el tifón, todo aquello inconmensurable, capaz de destruir sin esfuerzo a cualquier individuo, se contempla desde la distancia. El gozo de lo sublime ahora ya no necesita de la facultad racional y el sentimiento moral kantianos sino de un televisor y una suscripción a la televisión por cable. Caspar David Friedrich ha sido ahora totalmente reemplazado por History Channel y sus herramientas computarizadas.
A través de la pantalla la Naturaleza es finalmente espectáculo. Mas, por otro lado, el espectáculo puede devenir aterrador. La imagen de la Naturaleza poco a poco se ha ido transformando en exhibición de desastre y catástrofe. La ferocidad natural ante los ojos, el mundo de las pulsiones elementales manifestándose con toda su violencia y esto es quizás otro ardid de la videosfera para anestesiarnos emocionalmente a través de un espectáculo. Quizás una forma de desmitificar las profundidades y los abismos del mundo originario, mostrándonos sólo sus expresiones en el mundo derivado. El cine naturalista, heredero directo de Zola, parece haber caducado. Después de Buñuel, Stroheim, Boorman y Nicholas Ray ahora parece que sólo sobrevive el género gracias a Haneke. El mundo de las pulsiones originarias del ser humano parece haber encontrado su vocación expresiva en los psicópatas, hombres bestiales y monstruosos que hacen uso de la razón para fines primarios. Por supuesto el psicópata no es un demonio ni un zombie, es un enfermo mental y puede ser controlado, explicado y quizás comprendido. El mundo originario puede, a pesar de todo, ser controlado en la superficie, es decir en el mundo derivado. La pulsión natural ahora es campo documental que acrecienta las arcas de canales de divulgación científica. Y a este respecto, precisamente debemos apoyarnos en Regis Debray cuando dice que “de nada se hacen tantas fotos o películas como de aquello que se sabe amenazado de desaparición: fauna, flora, tierra natal, viejos barrios, fondos submarinos. Con la ansiedad de quien tiene los días contados, se agranda el furor documental” (Vida y muerte de la imagen). Pues este furor documental, precisamente, ha renovado un discurso mítico que rodea a la Naturaleza : el caos originario y la catástrofe definitiva. La catástrofe es el estado de crueldad natural por excelencia y tras ella, tras la imagen cruel del desastre, aparece una individualidad monstruosa: La Tierra. Es la Tierra la que desgarra la pantalla Natural, la desgarra con la violencia de las profundidades y el abismo. El naturalismo renace, a pesar de todo, ahora el mundo de las pulsiones elementales, es de una vez por todas, La Tierra. La Tierra, antigua madre, revela su verdadero rostro, el ominoso, el inhóspito, siniestro, unheimlich.
DE LO SINIESTRO AL TERROR
Sin entrar a detallar un tema tan recurrido como el de lo siniestro, sólo referiremos la perfecta explicación de Schelling que luego Freud analizará con apoyos etimológicos. Dice Schelling que lo siniestro es aquello que debiendo permanecer oculto se ha revelado. Si Heimlich es lo propio de la casa, lo familiar, su reverso es lo inhóspito, agreste, salvaje, inhospitalario, ominoso. Pero Unheimlich va más allá: es aquello que habiendo sido familiar de revela desconocido e incomprensible. Lo siniestro está íntimamente ligado a lo Bello, es su contracara, su lado oscuro, es el límite mismo de la Belleza. Regis Debray dice que “la belleza es terror domesticado”. Lo siniestro es así inminencia del Terror que aún se contiene a través de lo Bello, lo siniestro no existe sino que insiste tras el velo de la Belleza , pero cuando ésta deja de servir de pantalla, cuando el velo se rasga y aparece lo indómito, lo inminente cobra vida y se revela inmanente. Aparece el Terror.
Phobos. Mosaico. Roma S.IV AD |
Pero ¿qué entendemos por Terror? la palabra como tal se deriva de la onomatopeya Trrr que se produce cuando una persona tiembla y chasquea los dientes, por lo cual se emparenta directamente con la palabra griega Tremo que significa temblar y que en latín se convierte en Terreo (hacer temblar) y del cual se desprenden términos como terrible, aterrador, estremecedor. El terror es hermano del miedo: la mitología griega los denomina Phobos (miedo) y Deimos (terror), hijos de Ares (conflicto/guerra) y Afrodita (belleza). Pero Ares (Marte para los latinos) es también dios de la agricultura, regidor de los conflictos del hombre con (y en) la tierra. Afrodita, es decir, la belleza, es la madre del terror y el miedo. Ahora bien, Phobos (Timor para los latinos, del cual surge Temor) ha sido entendido desde cierta complacencia racional como fobia, o cierta emoción controlable y necesaria para la supervivencia. El miedo, en general hace parte de las emociones que equipan nuestro instinto vital de autoprotección. Pero Deimos, el terror, supera las posibilidades psíquicas de asimilación hasta producir la crisis y el desequilibrio racional. Si el miedo es necesario, el terror debe ser objetable, suspendible. He aquí que debe ser domesticado a través del sentimiento de lo bello. Sólo Afrodita puede controlar a su hijo, domeñarlo, pero aún en él una fuerza bélica y discordante pugna por manifestarse. Por supuesto, a través de Afrodita, Deimos parece inofensivo, pero ella no siempre estará allí para evitar que su hijo despierte y quien haya osado mirar demasiado tiempo la belleza se encontrará con la mirada aterradora de su hijo. El velo ha caído, no hay Domus (casa) donde estar, lo que debe estar oculto se revela. Es el mundo de lo siniestro que deviene aterrador.
Mas, aún no acaba la experiencia. Como expresión terrorífica aparece el pavor, es decir, pavire que significa caer a la tierra. Lo siniestro es la caída, el vértigo, la atracción por el abismo: imposible huir, imposible evitarlo. El Terror se produce por la imposibilidad de evitar lo siniestro. Y para el hombre, el homo (humus), ser de la tierra, del barro (tierra y agua), lo inevitable es la Tierra , precisamente. De Ella ha salido, a Ella ha de volver y a veces Ella lo reclama con insistencia y lo ataca con amor feroz hasta tragárselo por completo y devolverlo a los nutrientes primarios de los que había sido formado en aquel mundo derivado de la superficie artificial. Así entre Terror y Tierra existe parentela.
Tierra es la parte no húmeda del hombre, hecho de barro, es su parte seca. Tierra (de ters = seco) es también Ti era (de Eris = discordia) el espacio de la guerra y el conflicto, mundo de la agricultura y la propiedad privada, el mundo de Ares, padre de Daimon (Terror). Y la Tierra , es decir, lo seco, es también lo hosco, lo impenetrable, es cerrazón y oquedad, el mundo que nos reclama y parece urgido por tomarnos y descomponernos en los elementos primarios de los que estamos hechos. El terror a la tierra es también terror a la descomposición, y sólo nos descomponemos en la muerte, así que el terror a la Tierra es también terror a la muerte y su oscuridad, terror a la profundidad, a ser tragado y engullido, terror al abismo. Y es en la superficie donde aparece aquello que la Tierra ha vomitado, su ferocidad, su líquido ardiente, su pestilencia bacterial y cenagosa. No en vano bosques, ciénagas y cuevas han sido motivo inagotable de expresiones terroríficas en la pintura, la literatura y el cine. El espectáculo ominoso de estos espacios retráctiles que ocultan un misterio a punto de revelarse, no es otra cosa que la Tierra indisponible para el hombre, indisponible a su vista, oculta para su razón. El mundo de las pulsiones elementales. Es la profundidad de la Tierra , oscura y cerrada para el hombre que, de intentar alguna inmersión tendrá que hacerlo por su cuenta y riesgo. Laberinto de laberintos, el bosque devora al hombre; boca hambrienta, la cueva y la caverna no dudan en tragar aquello que las penetra; caldo primordial, la ciénaga pestilente anuncia la descomposición orgánica. Tal es la expresión terrorífica de la Tierra , su ominosidad retráctil, su cerrazón e impenetrabilidad inevitable. También hay un espacio terráqueo amenazante: la sequedad del desierto que crece, la tierra de fuego, manifestación absoluta de la nada luminosa. Allí el hombre también se pierde, es otra forma de laberinto, línea recta pura, lugar para morir pues todo está muerto, lugar para ser tierra, es decir, para secarse por completo hasta morir. El Homo, expresión también aterradora de la Tierra , oculta a su vez, un mundo de pulsiones elementales incontrolables por la razón, en él también hay oquedad y oscuridad a punto siempre de manifestarse. El terror de la Tierra es también huésped del hombre, en él hay también cavernas, bosques, ciénagas y desiertos. Como bosque y caverna el hombre retorna a su estado prehistórico primitivo y agreste, simiesco; como ciénaga el hombre regresa a su dimensión anfibia, al mar, el desierto húmedo, agua estéril, pero también al río, al agua primordial, a su estatus de reptil. El estado de Terror convoca, precisamente, al cerebro reptil, su parte más profunda y cenagosa. Hay espacios de Tierra aterradores, sí, pero hoy el mundo está contemplando la manifestación terrorífica de la Tierra. Quizás en ningún otro arte como en el cine, se ha reflejado el terror popular a la tierra. El cine ahora es una suerte de mausoleo de engendros, una galería monstruosa que expresa cuánto le teme el hombre a la Tierra. Poco a poco, entonces acudiremos a imágenes cinematográficas que expresan este vínculo Tierra-Terror. Antes, sin embargo, debemos acudir a un concepto inevitable a través del cual ha sido comprendida la Tierra : la Naturaleza. (FIN DE LA PARTE 1)
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